Wednesday, February 22, 2012

Otra vez

Otra vez los de los cuarenta kilómetros por hora, los que no quieren llegar a sus casas, o seguro se levantan después de las siete o acaban de salir de trabajar y se vienen geteando en el auto a causa de sus aburridas y miseras vidas. Otra vez los que estorban, los que no piensan que no son los únicos en el mundo, que sus deseos y tristezas no son de ellos sino de toda la humanidad, otra vez me topo con los lentos de aprendizaje y retardados de sensación, los zombies que anidan la ciudad enajenados en un estilo de vida que no son capaces de sostener. De nuevo los que empujan en los altos, los que avientan la corporeidad del auto al vacío cual excremento arrojado en el recuerdo, las señoras en sus camionetas, los evolucionados en sus bicicletas, todos apostándole a las llantas, a los cuarenta o veinte o diez kilómetros por hora. La inconsciencia hecha burbuja y metal, la evasión de la isla perpetua en el tráfico incansable, la densa saliva de la Coca-Cola caliente comprada a una víctima más de los cuarenta kilómetros por hora y toma por trabajo la venta de chescos en medio del mar de coches, el cigarro solitario con Mariano o la muchedumbre de Toño, ese que ni sabe a nada, porque ya ni sientes las nalgas, te vienes meando desde hace veinte minutos y no vas ni a la mitad del camino. Delante tienes un pendejo que viene a cuarenta, sí a cuarenta, como los cuarenta que están a punto de llegarnos, esa edad que nos pisa los talones, con la infertilidad y la muerte asomandose en la esquina del salón, así se nos va la vida, sentados, moviendo los piecitos, atorado en el segundo piso a cuarenta kilómetros por hora.

Sunday, February 19, 2012

El domingo



El domingo es un día que carece de recuerdos, el silencio ensordecedor de los negocios cerrados, los tianguis de las calles y las familias reunidas no permiten evadir la tristeza. Las sonrisas se guardan para el alma y la política no tiene cabida, ante la verdadera razón del existir: el descanso.

El domingo es el shabasanna de la semana, la misericordida del verdugo, la veda de la pesca y la compasión de la guerra, un día en el que ni caminando por las calles puedo dejar de pensar en tí. La cama pronto se vuelve madriguera, pero también prisión de cobijas y sueños, el café huele a retiro permamente y los huevos en el sartén repican cual campanas llamando a la misa matutina, pero nada sabe igual si tú no estás aquí. Todo se vuelve una matiné sin palomitas, una plaza sin mimos, un concierto sin acordeón; me haces tanta falta que ya no sé si te quiero o te necesito, ya no sé si soy tuya o eres mío o somos de los dos.

Este domingo me trajo tu recuerdo y ante la disyuntiva de ponerme a leer o escribir sobre éste, decidí por lo segundo. Me arropo el alma con tus palabras antañas y las propuestas inocuas de la actualidad aprenden a nadar en la evasión de mis dedos en las teclas del computador. El domingo es el día que me dejaste, me abandonaste a una mente sin recuerdos, como las frágiles palabras que me diste para evitar que me fuera, y heme aquí, en soledad, en un domingo, esperando verte pero no retenerte, observando a las familias, a las parejas, a los perros correr tras la pelota en chapuzón por la fuente del parque, las palomas picoteando un maíz inexistente en las banquetas y los vendedores tratando de vender piratería, todo en un domingo, como aquel, donde el fantasma de tu recuerdo y tu figura presente se entremezclan, dejándome un nuevo sabor a amanecer.